sábado, 19 de septiembre de 2009

Las transformaciones.

Agarrar una canción y transformarla en texto (y no a la manera inversa que acostumbro). Hablarle a la pared, tirarme en la alfombra y explicar que lo único que quiero es. Y me olvido de que él es un tipo hecho mierda que solo puede sentarse a intentar cantar y disimular que todo lo que se fumó no le afectó. Me olvido de que la canción es de él y entonces pasa a ser Mi texto. Y lo repito sola. Cada vez lo siento más. Cada vez lo aplico más a mi y es entonces cuando después de mis 300 corazas, lloro. LLoro mientras juego a lo que digo a través de sus palabras y es sublime.
Y no importa que no haya habido tiempo o que el bollito deslizador nunca me salió (y alguna otra ofuscada que se me despertó).
Importa que él habló del impulso, de algo tan simple como que si no conocés a tu propio cuerpo dificilmente puedas conocer la totalidad del rededor.
Impulsar sin golpear, pero impulsar.
Bailar sin exagerar, pero bailar.
Los moretones se deben a que mi impulso fue grotesco.
¿Cuánto me conozco?

'La cabeza alineada con el perineo' y mi frente sola se caía al piso... (sic)
Cerraduras de manteca, pedacitos de suelo, negro atemporal.
Si no abrís nunca llegan a concluír las transformaciones que nunca dejaste que empezaran.
Y es que la única manera de saber es probar.

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