martes, 21 de julio de 2009

La madrugada.

Casi dos y media y me despierto exaltada. Sin motivo aparente abro los ojos de la mente y escucho. Y escucho al viento como tus gritos en la nuca.
Me da miedo el viento fuerte. Me persigue, a veces.
La cama me parece enorme (chanis ocupa muy poco de ella).
Vos huías de mí y yo de vos (tendría que decirte que me estas molestando con tu persecución ya). No hablo de lo mismo de siempre.
Y así como el viento, histérico de la falta de quietud, yo frente al reflejo de mi inconsciente, me mantengo inmóvil ante la idea borrosa y de ensueño de un beso desconocido.
Me sacudo. Me copio del clima. Tiemblo.
Estoy nerviosa. Es madrugada y tengo frío. Y necesito dormir porque mañana, hoy, es un día importante (por eso no duermo).
Hola. Chau. No sabés de que hablo seguramente.
Igual yo tampoco sé de qué habla el viento.
Se lo voy a preguntar (entonces vos preguntame).
Son las dos y treinta y tres. No cambio nada.
¿En qué pensás?

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